
Al entrar en Siracusa crei haberlo entendido todo. Días atrás navegando las islas eolicas, guiado por las señales estelares de los dioses, Hephaetus se presento en el horizonte.
Partió el cielo en dos, escupiendo lava, piedras y cenizas. Pensé que su fuego era la purificación, que segando y bañándome en sus cenizas, limpiaba mi alma y encendía en mi la llama de la verdad, pero desgraciadamente con ella también la vela mayor, el mástil y con el toda la nave.
Ya en el agua su furia se convertiría lentamente solo en un volcán.
Por la mañana un pesquero me rescato, su capitán agradeció a los dioses que estuviera vivo y dijo que los dioses juegan con nosotros, ellos también tiene un lado humano, Zeus el primero, y que había tenido suerte por que su furia había sido solo un divertimento.
Quienes viven en las islas tiene la suerte de comprender desde que nacen, que todo es un juego, abecés emocionante, otras veces triste, en algunos ocasiones se gana, en otras se pierde todo. Pero siempre al final la lengua devastadora de Haphaestus o sus cíclopes pone el punto final.
En tierra firme junte flores y frutos y los deposite en el templo de Hera, agradeciéndole que su hijo encendiera algo más que mi barca.